A Su Excelencia
Reverendísima
Monseñor Robert Zollistsch
Arzobispo de Friburgo,
Presidente de la Conferencia Episcopal Alemana
Herrenstraße 9
D-79098 FREIBURG
Monseñor Robert Zollistsch
Arzobispo de Friburgo,
Presidente de la Conferencia Episcopal Alemana
Herrenstraße 9
D-79098 FREIBURG
Vaticano, 14 de
abril de 2012
Excelencia,
Venerado y querido Arzobispo:
Con ocasión de su visita del 15 de marzo de 2012,
usted me hizo saber que, por lo que se refiere a la traducción de las palabras
«pro multis» en las Plegarias Eucarísticas de la Santa Misa, todavía no hay
unidad entre los obispos de las áreas de lengua alemana. Al parecer, se corre
el riesgo de que, ante la publicación de la nueva edición del «Gotteslob»
[libro de cantos y oraciones], que se espera en breve, algunos sectores del ámbito
lingüístico alemán deseen mantener la traducción «por todos», aún cuando la
Conferencia Episcopal Alemana acordase escribir «por muchos», tal como ha sido
indicado por la Santa Sede. Le había prometido que me expresaría por escrito
sobre esta cuestión importante, con el fin de prevenir una división como ésta
en el seno más íntimo de nuestra plegaria. Esta carta que ahora dirijo por
medio suyo a los miembros de la Conferencia Episcopal Alemana, se enviará
también a los demás obispos de las áreas de lengua alemana.
Ante todo, permítame una breves palabras sobre el
origen del problema. En los años sesenta, cuando hubo que traducir al alemán el
Misal Romano, bajo la responsabilidad de los obispos, había un consenso
exegético en que la palabra «los muchos», «muchos», en Isaías 53,11s, era una
forma de expresión hebrea que indicaba la totalidad, «todos». En los relatos de
la institución de Mateo y de Marcos, la palabra «muchos» sería por tanto un
«semitismo», y debería traducirse por «todos». Esta idea se aplicó también a la
traducción directamente del texto latino, donde «pro multis» haría referencia,
a través de los relatos evangélicos, a Isaías 53 y, por tanto, debería
traducirse como «por todos». Con el tiempo, este consenso exegético se ha
resquebrajado; ya no existe. En la narración de la Última Cena de la traducción
ecuménica alemana de la Sagrada Escritura, puede leerse: «Esta es mi sangre de
la alianza, que es derramada por muchos» (Mc 14,24;
cf. Mt 26,28). Con esto se pone de relieve algo muy importante: el
paso del «pro multis» al «por todos» no era en modo alguno una simple
traducción, sino una interpretación, que seguramente tenía y sigue teniendo
fundamento, pero es ciertamente ya una interpretación y algo más que una
traducción.
Esta fusión entre traducción e interpretación
pertenece en cierto sentido a los principios que, inmediatamente después del
Concilio, orientaron la traducción de los libros litúrgicos en las lenguas
modernas. Se tenía conciencia de cuán lejos estaban la Biblia y los textos
litúrgicos del modo de pensar y de hablar del hombre de hoy, de modo que,
incluso traducidos, seguían siendo en buena parte incomprensibles para los
participantes en la liturgia. Era una tarea novedosa tratar que, en la
traducción, los textos sagrados fueran asequibles a los participantes en la
liturgia, aunque siguieran siendo muy ajenos a su mundo; es más, los textos
sagrados aparecían precisamente de este modo en su enorme lejanía. Así, los
autores no sólo se sentían autorizados, sino incluso en la obligación, de
incluir ya la interpretación en la traducción, y de acortar de esta manera la
vía hacia los hombres, pretendiendo hacer llegar a su mente y a su corazón
precisamente estas palabras.
Hasta un cierto punto, el principio de una traducción
del contenido del texto base, y no necesariamente literal, sigue estando
justificado. Desde que debo recitar continuamente las oraciones litúrgicas en
lenguas diferentes, me doy cuenta de que no es posible encontrar a veces casi
nada en común entre las diversas traducciones, y que el texto único, que está
en la base, con frecuencia es sólo lejanamente reconocible. Además, hay ciertas
banalizaciones que comportan una auténtica pérdida. Así, a lo largo de los
años, también a mí personalmente me ha resultado cada vez más claro que el
principio de la correspondencia no literal, sino estructural, como guía en las
traducciones tiene sus límites. Estas consideraciones han llevado a la
Instrucción sobre las traducciones «Liturgiam
authenticam», emanada por la Congregación para el Culto Divino y la
Disciplina de los Sacramentos, el 28 de marzo de 2001, a poner de nuevo en
primer plano el principio de la correspondencia literal, sin prescribir
obviamente un verbalismo unilateral. La contribución importante que está en la
base de esta instrucción consiste en la distinción entre traducción e
interpretación, de la que he hablado al principio. Esta es necesaria tanto
respecto a la palabra de la Escritura, como de los textos litúrgicos. Por un
lado, la palabra sagrada debe presentarse lo más posible tal como es, incluso
en lo que tiene de extraño y con los interrogantes que comporta; por otro lado,
a la Iglesia se le ha encomendado el cometido de la interpretación, con el fin
de que – en los límites de nuestra comprensión actual – nos llegue ese mensaje
que el Señor nos ha destinado. Ni siquiera la traducción más esmerada puede
sustituir a la interpretación: pertenece a la estructura de la revelación el
que la Palabra de Dios sea leída en la comunidad interpretativa de la Iglesia,
y que la fidelidad y la actualización estén enlazadas recíprocamente. La
Palabra debe estar presente tal y como es, en su forma propia, tal vez extraña
para nosotros; la interpretación debe confrontarse con la fidelidad a la
Palabra misma, pero, al mismo tiempo, ha de hacerla accesible al oyente de hoy.
En este contexto, la Santa Sede ha decidido que, en la
nueva traducción del Misal, la expresión «pro multis» deba
ser traducida tal y como es, y no al mismo tiempo ya interpretada. En
lugar de la versión interpretada «por todos», ha de ponerse la simple
traducción «por muchos». Quisiera hacer notar aquí que ni en Mateo ni en Marcos
hay artículo, así pues, no «por los muchos», sino «por muchos». Si bien esta
decisión, como espero, es absolutamente comprensible a la luz de la correlación
fundamental entre traducción e interpretación, soy consciente sin embargo de
que representa un reto enorme para todos aquellos que tienen el cometido de
exponer la Palabra de Dios en la Iglesia. En efecto, para quienes participan
habitualmente en la Santa Misa, esto parece casi inevitablemente como una
ruptura precisamente en el corazón de lo sagrado. Ellos se dirán: Pero Cristo,
¿no ha muerto por todos? ¿Ha modificado la Iglesia su doctrina? ¿Puede y está
autorizada para hacerlo? ¿Se está produciendo aquí una reacción que quiere
destruir la herencia del Concilio? Por la experiencia de los últimos 50 años,
todos sabemos cuán profundamente impactan en el ánimo de las personas los
cambios de formas y textos litúrgicos; lo mucho que puede inquietar una
modificación del texto en un punto tan importante. Por este motivo, en el
momento en que, en virtud de la distinción entre traducción e interpretación,
se optó por la traducción «por muchos», se decidió al mismo tiempo que esta
traducción fuera precedida en cada área lingüística de una esmerada catequesis,
por medio de la cual los obispos deberían hacer comprender concretamente a sus
sacerdotes y, a través de ellos, a todos los fieles por qué se hace. Hacer
preceder la catequesis es la condición esencial para la entrada en vigor de la
nueva traducción. Por lo que sé, una catequesis como ésta no se ha hecho hasta
ahora en el área lingüística alemana. El propósito de mi carta es pediros con
la mayor urgencia a todos vosotros, queridos hermanos, la elaboración de una
catequesis de este tipo, para hablar después de esto con los sacerdotes y
hacerlo al mismo tiempo accesible a los fieles.
En dicha catequesis, se deberá explicar
brevemente en primer lugar por qué, en la traducción del Misal tras el
Concilio, la palabra «muchos» fue sustituida por «todos»: para expresar de modo
inequívoco, en el sentido querido por Jesús, la universalidad de la salvación
que de él proviene.
Pero surge inmediatamente la pregunta: Si Jesús ha
muerto por todos, ¿por qué en las palabras de la Ultima Cena él dijo «por
muchos»? Y, ¿por qué nosotros ahora nos atenemos a estas palabras de la
institución de Jesús? A este punto, es necesario añadir ante todo que, según
Mateo y Marcos, Jesús ha dicho «por muchos», mientras según Lucas y Pablo ha
dicho «por vosotros». Aparentemente, así se restringe aún más el círculo. Y,
sin embargo, es precisamente partiendo de esto como se puede llegar a la
solución. Los discípulos saben que la misión de Jesús va más allá de ellos y de
su grupo; que él ha venido para reunir a los hijos de Dios dispersos por el
mundo (cf. Jn 11,52). Pero el «por vosotros» hace que la misión de
Jesús aparezca de forma absolutamente concreta para los presentes. Ellos no son
miembros cualquiera de una enorme totalidad, sino que cada uno sabe que el
Señor ha muerto «por mi», «por nosotros». El «por vosotros» se extiende al
pasado y al futuro, se refiere a mí de manera totalmente personal; nosotros,
que estamos aquí reunidos, somos conocidos y amados por Jesús en cuanto tales.
Por consiguiente, este «por vosotros» no es una restricción, sino una
concretización, que vale para cada comunidad que celebra la Eucaristía y que la
une concretamente al amor de Jesús. En las palabras de la consagración, el
Canon Romano ha unido las dos lecturas bíblicas y, de acuerdo con esto, dice:
«por vosotros y por muchos». Esta fórmula fue retomada luego por la reforma
litúrgica en todas las Plegarias Eucarísticas.
Pero, una vez más: ¿Por qué «por muchos»? ¿Acaso el
Señor no ha muerto por todos? El hecho de que Jesucristo, en cuanto Hijo de
Dios hecho hombre, sea el hombre para todos los hombres, el nuevo Adán, forma
parte de las certezas fundamentales de nuestra fe. Sobre este punto, quisiera
recordar solamente tres textos de la Escritura: Dios entregó a su Hijo «por
todos», afirma Pablo en la Carta a los Romanos (Rm 8,32). «Uno murió por
todos», dice en la Segunda Carta a los Corintios, hablando de la muerte de
Jesús (2 Co 5,14). Jesús «se entrego en rescate por todos», escribe en la
Primera Carta a Timoteo (1 Tm 2,6). Pero entonces, con mayor razón,
una vez más, debemos preguntarnos: si esto es así de claro, ¿por qué en la
Plegaria Eucarística esta escrito «por muchos»? Ahora bien, la Iglesia ha
tomado esta fórmula de los relatos de la institución en el Nuevo Testamento. Lo
dice así por respeto a la palabra de Jesús, por permanecer fiel a él incluso en
las palabras. El respeto reverencial por la palabra misma de Jesús es la razón
de la fórmula de la Plegaria Eucarística. Pero ahora nos preguntamos: ¿Por qué
Jesús mismo lo ha dicho precisamente así? La razón verdadera y propia consiste
en que, con esto, Jesús se ha hecho reconocer como el Siervo de Dios
de Isaías 53, ha mostrado ser aquella figura que la palabra del
profeta estaba esperando. Respeto reverencial de la Iglesia por la palabra de
Jesús, fidelidad de Jesús a la palabra de la «Escritura»: esta doble fidelidad
es la razón concreta de la fórmula «por muchos». En esta cadena de reverente
fidelidad, nos insertamos nosotros con la traducción literal de las palabras de
la Escritura.
Así como hemos visto anteriormente que el «por
vosotros» de la traducción lucano-paulina no restringe, sino que concretiza,
así podemos reconocer ahora que la dialéctica «muchos»-«todos» tiene su propio
significado. «Todos» se mueve en el plano ontológico: el ser y obrar de Jesús,
abarca a toda la humanidad, al pasado, al presente y al futuro. Pero
históricamente, en la comunidad concreta de aquellos que celebran la
Eucaristía, él llega de hecho sólo a «muchos». Entonces es posible reconocer un
triple significado de la correlación entre «muchos» y «todos». En primer lugar,
para nosotros, que podemos sentarnos a su mesa, debería significar sorpresa,
alegría y gratitud, porque él me ha llamado, porque puedo estar con él y puedo
conocerlo. «Estoy agradecido al Señor, que por gracia me ha llamado a su
Iglesia…” [Canto religioso “Fest soll mein Taufbund immer steen”, estrofa 1].
En segundo lugar, significa también responsabilidad. Cómo el Señor, a su modo,
llegue a los otros – a «todos» – es a fin de cuentas un misterio suyo. Pero,
indudablemente, es una responsabilidad el hecho de ser llamado por él
directamente a su mesa, de manera que puedo oír: «por vosotros», «por mi», él
ha sufrido. Los muchos tienen responsabilidad por todos. La comunidad de los
muchos debe ser luz en el candelero, ciudad puesta en lo alto de un monte,
levadura para todos. Esta es una vocación que concierne a cada uno de manera
totalmente personal. Los muchos, que somos nosotros, deben llevar consigo la
responsabilidad por el todo, conscientes de la propia misión. Finalmente, se
puede añadir un tercer aspecto. En la sociedad actual tenemos la sensación de
no ser en absoluto «muchos», sino muy pocos, una pequeña multitud, que se
reduce continuamente. Pero no, somos «muchos»: «Después de esto vi una
muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas,
pueblos y lengua», dice el Apocalipsis de Juan (Ap 7,9). Nosotros somos
muchos y representamos a todos. Así, ambas palabras, «muchos» y «todos» van
juntas y se relacionan una con otra en la responsabilidad y en la promesa.
Excelencia, queridos hermanos en el episcopado. Con
todo esto, he querido indicar la línea del contenido fundamental de la
catequesis, por medio de la cual se debe preparar a sacerdotes y laicos lo más
pronto posible para la nueva traducción. Espero que pueda servir al mismo tiempo
para una participación más profunda en la Santa Eucaristía, integrándose en la
gran tarea que nos espera con el «Año de la Fe». Confío que dicha catequesis se
presente prontamente, y forme parte así de esa renovación litúrgica, a la cual
se comprometió el Concilio desde su primera sesión.
Con la bendición y el saludo pascual, me confirmo suyo
en el Señor.
Benedictus PP. XVI